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¿De qué esta hecha la plomada?

Descripción de la publicación.

A.L.

8/27/20254 min read

galaxy
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El universo se formó hace aproximadamente 13.8 mil millones de años. La teoría más aceptada por la comunidad científica sostiene que el universo comenzó como un punto diminuto de densidad y temperatura infinitas que explotó, expandiéndose rápidamente y dando origen a todo lo que conocemos.

A medida que el universo se enfriaba, las partículas que había liberado la explosión se combinaron para formar los primeros átomos, principalmente hidrógeno y helio. Estas nubes primordiales de gas comenzaron a agruparse bajo la influencia de la gravedad, formando las primeras estrellas. En sus núcleos, los elementos ligeros se fusionaron dando lugar a carbono, nitrógeno y oxígeno.

Con el tiempo, estas estrellas colisionaron o explotaron en supernovas, liberando la energía suficiente para la formación de elementos más pesados como hierro, oro y plomo. Estos materiales fueron esparcidos por el cosmos y, con cada nueva generación de estrellas y planetas, la materia se recicló en nuevas formas, dando origen a sistemas solares como el nuestro.

En la Tierra, las moléculas simples se combinaron mediante reacciones químicas impulsadas por descargas eléctricas y fuentes de calor, formando compuestos orgánicos que evolucionaron en biomoléculas más complejas. A partir de ahí, surgió la vida.

Esto es lo que relataba una infografía en el Museo de Ciencias Naturales de Cuenca, acompañada de un vídeo proyectado para un público mayoritariamente infantil. En él, se explicaba la evolución de la vida en la Tierra en el marco del paso del tiempo, marcado por la rotación y traslación de nuestro planeta, que daban lugar a que día tras día, año tras año, los seres vivos fueran cambiando, haciéndose más complejos, adaptándose, evolucionando.

No sé si fue por la claridad con la que se narraba o por la simplicidad de la información, pero aquello me golpeó como un jarro de hidrógeno y oxígeno fríos. Desde luego, la idea no es nueva —el Museo de Ciencias no ha inventado el "polvo eres y en polvo te convertirás"— y, sin embargo, miré a mi alrededor y no entendí cómo el resto de espectadores no parecían igual de impactados que yo ante la idea de que las células de mi cuerpo hubieran sido una vez polvo de estrella. Me dieron ganas de zarandearlos porque yo misma me sentía zarandeada.

Me descubrí descolocada, como quien ha tenido un evento cercano a la muerte y, por un momento, deja de preocuparse por las vicisitudes del día a día. Como si la superficie de un mar de preocupaciones y nimiedades urgentes se hubiera silenciado de repente y, en su lugar, me viera inmersa en la profundidad del océano. ¿Por qué nadie habla de esto? ¿Es que estamos tan saturados de información que ya nada nos sorprende? ¿Hemos perdido la capacidad de intentar imaginar lo que no entendemos? ¿O evitamos hacerlo porque nos incomoda enfrentarnos a lo que está más allá de nuestra escala humana?

Estas últimas semanas pienso en el universo y en el paso del tiempo con frecuencia. Desde luego, no es este reciente y limitadísimo conocimiento adquirido del universo lo que me lleva a escribir esta plancha, sino las reflexiones que me invaden después.

En primer lugar, me siento afortunada de ser una porción de polvo de estrellas con conciencia, al que le ha tocado llegar a un rincón del universo donde la vida es posible, y me siento afortunada de ser consciente de él.

Me gusta esta visión del paso del tiempo en escala del universo en la cual, aunque los días y las estaciones parecen sucederse uno detrás de otro como vueltas a un círculo inmutable, lo cierto es que no se trata de un círculo sino de una espiral en la que nada se repite.

Durante millones de años en los que aparentemente las estaciones regresaban y el sol salía y se ocultaba una y otra vez desde el mismo punto de partida, los continentes cambiaron de lugar, el río talló el cañón, el hierro ha sucedido al hidrógeno, la gallina ha sucedido al dinosaurio y mañana sucederá a hoy, porque, en realidad, nada se repite.

Por eso me siento interpelada. Mañana volverá a salir el sol y la Tierra, el año que viene, habrá dado una vuelta y se encontrará en el mismo sitio que hoy; y, sin embargo, mucho sobre dónde, cómo y quién sea yo entonces depende de lo que esta pequeña masa de partículas de polvo de estrellas, consciente y afortunada, haga el día de hoy.

Y a esta mezcla de pensamientos quiero aprender a acudir cuando lo necesite, a modo de herramienta, cuando esta realidad saturada de distracciones, de ruido y de urgencia me empuje a mirar solo lo inmediato. Voy a darle la forma de una plomada para que sea un hilo vertical que me dé proporción y perspectiva, para que actúe de eje y de ancla, y para que cuando cada día intente construir algo nuevo, no se me olvide hacia dónde mirar ni de qué está hecha la plomada.