Actualmente esta página web está puliéndose.

La mejor versión de la masonería

Descripción de la publicación.

Á.G.L.

Á.G.L.

10/23/20243 min read

ruins
ruins

Llevo diez años preguntándome qué es la masonería.

Los primeros tiempos busqué la respuesta en el arduo trabajo del aprendiz que pule esa piedra que a todos llevamos cosida a nuestra sombra. Fueron años de imprimir fuerza bruta a piedra bruta esperando hallar psicofónicas respuestas en el rítmico entrechocar de mazo y cincel.

Y allí seguiría insistiendo en mi canto rodado, como Sísifo ilustrado con guantes y mandil, si un vigilante con aroma a mar no se hubiera plantado en mi camino para indicarme en silencio que el destino de la piedra en mi camino no era rodar y rodar. Que no es tanto cuestión de empujar por empujar ni de golpear por golpear como de entender por qué y cuándo lo hacemos. Ese vigía marinero me abrió al tiempo y me ofreció el suyo aun a sabiendas que se le acababa. Y antes de irse me lo dio junto a su reloj. Y allí me dejó. Solo y sin respuestas sobre qué es esa masonería que te roba tu tiempo para regalarte el de los demás.

Y por no encontrar respuestas vi aumentado mi salario. Y lo hicieron indicándome amablemente dónde estaba la puerta para que buscara fuera, a la intemperie, las respuestas que dentro y al calor no había sido capaz de hallar.

Salí al frío arriando baveta. Recorrí caminos que se estrecharon hasta volverse veredas y se retorcieron hasta tornarse laberintos. Y no. No encontré respuestas a las preguntas. Es más, diría que dejé de hacer preguntas… tan perdido me hallaba. Y allí seguiría mal encaminado y desorientado, si Ariadna, disfrazada de hombre del campo, no hubiera anudado un hilo a mi dedo. A ese dedo que señalaba la luna al levantar la mano pidiendo ayuda. A ese dedo enredó Ariadna su hilo transparente capaz de convertir al viajero en héroe.

Y así pude volver, siguiendo mi dedo hilado para comprender que no todos los caminos conducen a Roma y que es preciso saber desandar tus pasos porque a veces la entrada es también la salida.

Y volví a la casilla de salida de la simbólica esperando el seis que me pusiera de nuevo en movimiento. Y mientras sonaban los dados, pensaba en qué es esa masonería que obliga a estar solo y desnudo en tu humanidad, que te pierde para que puedas encontrarte y que no ofrece más respuestas que las que seas capaz de hallar en las preguntas que formules.

Y de nuevo se recompensó mi no saber con una exaltación que me elevó hasta el mismísimo suelo donde me dejaron solo, frío y a cubierto hasta que dejé de ser. Entonces me ofrecieron cruzar el río del inframundo con la promesa de que, en la otra orilla, hallaría las respuestas que no encontraba en ésta, Y allí seguiría plantado frente al can cerbero apretando dos monedas en mis cuencas cerradas si un Caronte artesano y destilado no me hubiera subido a su barca. Y a su lado volví al más acá observando cómo abría las aguas con su remo de madera de acacia. Y mirándole de frente y sabiendo que también su tiempo se agota, pensaba en esa masonería que te mata y te revive, en la que puedes llegar a ser tan tú que no seas capaz de reconocerte sin la ayuda del espejo de Alicia.

Y una vez más quisieron recompensar mi ausencia de respuestas ofreciéndome cargos y oficios que no hubiera podido soportar sin prepararme antes y en eso andaba cuando todo voló por los aires. Cuando lo inmutable mutó. Cuando lo infinito terminó. Cuando lo imposible sucedió. Y a las puertas del templo libertario y librepensador llamó Procusto con su sierra y sus tenazas decidido a igualar lo inigualable, a normalizar lo distinto, a acotar lo etéreo sin que sonaran voces de alerta ni alarma, no hubo sirenas… simplemente… entró. Entró a cortar piernas y a estirar brazos buscando una uniformidad imposible de existir entre iguales pero distintos.

Se amputaron miembros en nombre de la razón solo por plantear dudas y se tronzaron huesos aludiendo a raseros justos y perfectos con la intención de uniformizar a quienes no comulgaran con ruedas de molino.

Y allí seguiría amedrentado y señalado junto a quienes corrieron mi misma suerte si no hubiera aparecido el toro blanco de Zeus en nuestro rescate. Llegó y nos subió a su lomo para susurrarnos al oído el nombre de Europa y entonces dimos un paso al frente. Ese que jamás imaginamos por hallarnos en pie y al orden. Dimos un paso que nos alejó del holocausto y nos abrió un camino que, a la postre, nos orientó de nuevo. Y aquí estoy. Teñido del azul de Europa. Con el horizonte abierto y la frente alta. Rodeado de hermanas y hermanos. Aquí estoy. De nuevo a cubierto trabajando. ¿Qué qué es la masonería para mí?

Miradme. Yo, en mi mejor versión soy la única respuesta que tengo para daros.