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La sociabilidad masónica o la Concordia discordante

Descripción de la publicación.

J.O.

J.O.

11/18/20244 min read

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La idea de la convergencia en la divergencia, o concordia discordante, tiene antecedentes clásicos en la imagen platónica del auriga que ha de mantener la recta dirección de su carruaje gobernando las tendencias de dos caballos movidos por pulsiones contradictorias. Esa misma imagen resuena también en la estética del barroco, que gusta de jugar con elementos divergentes que sin embargo se trascienden, en una nueva e inesperada convergencia. Quevedo, usa con frecuencia de contradicciones concordantes —o sea del oxímoron—, especialmente cuando poetiza sobre el amor: “es hielo abrasador, es fuego helado/ es una libertad encarcelada”.

Pero no es sólo en la poética que se da el oxímoron, se da también en el pensamiento político, y en todos los ámbitos de lo humano.

No es casualidad que la primera forma de pensamiento liberal, aunque fuera incipiente y contradictoria surgiera con la Ilustración, y que fuera también bajo las luces de la Ilustración cuando nace en el Londres de principios del XVIII la franc-masonería como una novedosa forma de sociabilidad filosófica, que tras más de un siglo de cruentas guerras de religión que ensangrentaron Europa, propone la creación de un nuevo espacio de trasversalidad. Y lo hace a partir de la novación de una vieja y venerable Tradición gremial: la fraternidad de los mazoneros, o constructores. Una nueva sociabilidad de la que nosotros somos, en este año 2024, humildes y postmodernos continuadores.

En la redacción del artículo 1 de las Constituciones de los Francmasones de la Gran Logia de Londres y de Westminster de 1723, Theophile Desaguliers definió de una manera práctica y operativa esa sociabilidad llamada a «unir lo disperso», decidida a relacionar a personas de diferentes fes y convicciones filosóficas, alimentando una conversación transversal entre personas separadas por su religión, sus orígenes sociales o culturales o sus circunstancias personales, o sea, practicar una sociabilidad improbable que permitiera crear lazos de fraternidad entre personas que de no ser por la masonería [de suyo] nunca se hubieran llegado a conocer.

La condición sine qua non para que esa fraternidad fuera factible era articular un marco de referencia común, unos landmarks, una religación ética apalabrada entre todos, abierta a todos, y convenir un método — o sea, el Rito— capaz de pautar una conversación metódica, respetuosa y cálida, garantizada en el 1723 (s. XVIII) por el vínculo de la fraternidad operativa y delimitada por los valores éticos de Bondad, Lealtad, Honor y Probidad que se reconocen como linderos morales inexcusables en el artículo 1 de las Constituciones de la francmasonería de 1723, a saber:

"Aun cuando en los tiempos antiguos los masones estaban obligados a practicar la religión que se observaba en los países donde habitaban, hoy se ha creído más oportuno no imponerles otra religión que aquella en que todos los hombres están de acuerdo, y dejarles completa libertad respecto a sus opiniones personales. Esta religión consiste en ser hombres buenos y leales, es decir, hombres de honor y de probidad, cualquiera que sea la diferencia de sus nombres o de sus convicciones."

En 1877 bajo la presidencia del GM del Grand Orient de France, Frédéric Desmonds1 (s. XIX) esos valores éticos fueron completados con los valores cívico-sociales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

La idea de una religación de carácter ético, definida en el artículo 1 de las Constituciones del XVIII rápidamente difundida, — mejorada en el XIX— propone una forma inclusiva de relación humana, una «concordia discordante» con la intención de propiciar el mutuo conocimiento y la relación ente personas que «de suyo», nunca se hubieran conocido. Hoy sabemos, mejor que nunca, que para la supervivencia de la estirpe del Homo sapiens, es imprescindible apalabrar un razonable horizonte ético compartido que nos permita superar la cerrazón de nuestros necios prejuicios y estúpidos egoísmos—. Sólo así podremos asegurar una sociabilidad universal que siempre tendrá su lado bronco, dual y conflictivo, pero también su lado razonable y cooperativo que nos invite a convivir, respetando, no necesariamente las ideas ajenas, —eso dependerá de su valor— pero respetando siempre los derechos, la libertad y la seguridad de todos, o sea, hacer posible una concordia discordante que podemos también denominar discordia concordante.

En una democracia parlamentaria, el Parlamento, de alguna manera viene también a ser otra forma de Concordia discordante, novedosa y revolucionaria frente al apabullantemente «unanimismo», o sea absolutismo religioso o totalitarismo ideológico, que ha predominado en nuestros 5000 años de Historia. Siempre o casi siempre ha prevalecido en nuestra vida social, el gusto por la unanimidad total, o sea el disgusto y el temor ante la diferencia, por eso la palabra misma del «nosotros» tiene su raíz en la negación de los otros: nosotros somos «no-otros».

La sociabilidad masónica que mejor o peor practicamos en Logia tiene una fórmula de entendimiento coincidente con la idea misma de la democracia parlamentaria que nunca he visto escrita pero que me atrevo a formular así: «cuando en una situación de confrontación el plano de comprensión en el que se plantea el conflicto hace imposible el entendimiento cabe superar la situación y avanzar, ordenando una aceptación de ciertos desacuerdos cuando estos se producen dentro de una concordia constituyente que nos permita apalabrar las discrepancias y los conflictos —inevitables de una sociedad libre— de una manera no destructiva».

La Logia es una escuela iniciática que nos invita a cada uno de nosotros a ponernos en cuestión para llegar a conocernos en nuestra más genuina identidad, pero es también una sociabilidad transversal que nos empuja a visitar la intimidad de los otros y permitir la visita de nuestra propia intimidad por parte de los otros y de ese modo abrir nuestro entendimiento a las múltiples posibilidades de lo humano.

1 Frédéric Desmons, un chantre de la liberté de conscience. Jean-Marie Mercier. La chaîne d'union 2017/3 (No 81), pages 50 à 57