Ser un dios tiene muchas ventajas, no seré yo quien lo niegue. Ser casi inmortal está bien, la verdad. Nuestra mayor diversión es causar problemas a los hombres. Lo llevamos en la sangre. Generamos catástrofes naturales, plagas, nos encanta matar primogénitos, o pedir a los padres que lo hagan ellos mismo (aunque esto último es más cosas del Cielo que del Olimpo, la verdad).
La vida de los dioses de mi familia podría haber sido aburrida porque mi padre, Zeus, no dio a los hombres mucho que hacer cuando los creó. Por suerte Prometeo, un titán pariente nuestro que se hacía llamar «el amigo de los hombres», les regaló el fuego. ¡Caro le costó el regalito! (sobre todo a su hígado) pero nos dio el entretenimiento de verlos evolucionar creando cosas que nunca pensamos que fueran capaces. Inventaron la cerámica, aprendieron a trabajar el metal, hicieron construcciones maravillosas y, lo más divertido, armas con las que matarse entre ellos.
ada dios tenemos una tarea y la mía, la verdad, me gusta. Viajas, haces ejercicio continuamente, conoces gentes. No está mal. Voy corriendo, casi volando, por todos lados. Seguro que me has visto en alguna ocasión cerca tuyo: ese muchacho de un bonito y abundante flequillo y calvorota por detrás. Este corte de pelo tan atrevido te permite pararme cogiéndome del pelo según me acerco. Pero si me dejas pasar, ya no tienes de donde agarrarme. Soy Kairós, hijo de Zeus, nieto de Cronos. Soy el dios del tiempo adecuado, del tiempo aprovechado, de esas decisiones que tomas en la vida. O de la frustración de no haberte atrevido.
En cierta ocasión me ocurrió que, pasando por un pueblo alemán, nadie hacía ni tan siquiera el amago de querer pararme. Todos andaban ocupados, tan ocupados que no creo que me vieran llegar. Y no sería porque no les diera oportunidades (oportunidad, así llamo yo cuando me acerco a alguien).
Estaba ya por salir corriendo para algún otro sitio cuando me paró una niña. No tendría más de diez u once años, con un abrigo algunas tallas más grande de la suya.
Cuando me acerco a un niño, siempre temo que el tirón sea brusco. No es porque no sepan medir sus fuerzas, muchas no suelen tener, sino porque el ímpetu que ponen en tener la oportunidad de algo nuevo está llena de una pasión y una energía que agotan. Sin embargo, el de la niña que os cuento fue suave. Parecía más que quisiera acariciar y jugar con mis tirabuzones que pararme.
— ¿Por qué corres? — me preguntó con una expresión en la cara que más que de curiosidad era de preocupación.
— ¿Y tú quién eres?
— ¿Por qué corres? — me insistió mostrando los ojos más negros y más vivos que nunca hubiera visto.
— Porque es lo que hago. Voy corriendo por todo el mundo.
— Desde que llegaron los señores de gris con sus sombreros grises, aquí también corre todo el mundo. Dicen que ahorran tiempo. ¿Tú también ahorras tiempo?
— No, yo doy oportunidades para usar el tiempo a quien me para.
— Yo ya tengo tiempo, pero no quiero una oportunidad — me respondió la niña con cara de satisfacción
— Entonces, ¿por qué me has parado? — le pregunté. — Las personas me paran cuando quieren una.
— Porque la gente que corre me da pena, van muy preocupados y no tienen tiempo, solo lo ahorran. Y si estás preocupado, quería consolarte. ¿Quieres que te consuele?
— Creo que no lo necesito. Además, somos los dioses quienes os damos consuelo a los humanos. — Esa niña me intrigaba. — ¿Y cómo hace esta gente para ahorrar tiempo?
— Haciendo cosas. No paran de trabajar, de estudiar. Dicen que se preparan para el futuro, pero no saben qué es el futuro. ¿Tú sabes qué es el futuro?
La pregunta entró volando en mi cabeza, rebotando de un oído al otro, dando vueltas. Mi abuelo Kronos lo tenía claro: el futuro es todo aquello que no te comas, porque lo que no te comas, acabará contigo. Mi razón de ser no tiene que ver con el futuro ni con el pasado. Existo porque existe el presente y es el presente de quien sabe que existe lo que me hace ser. Entonces, ¿por qué habría de importarme qué es el futuro? La pequeña mortal apretaba fuerte los labios, dispuesta a soltarme una respuesta en cuanto le diera oportunidad. Y ver mi cara de asombro fue suficiente para ella.
– Ellos nunca sabrán qué es el futuro si no van más despacio. (Smoke, 1995) — Me espetó— ¿Has visto a los señores de gris? Creen que el tiempo es como un anciano avaro que arrastra los pies, nunca corre lo suficientemente rápido (idem). Por eso hacen que los hombres vayan rápido y así pueden coger su tiempo y guardarlo. Y cuando los hombres dejan de entender que su tiempo es de ellos y ellos son su tiempo, se pierden. Les roban lo que son. Ya no comparten tiempo con sus familias ni con sus amigos, porque han olvidado decir «te quiero», porque no sacan a pasear a sus mascotas, porque ya no leen ni conversan.
—Si es como dices, no tengo nada que hacer aquí. — Le respondí con cierta resignación. — Si no saben que su tiempo les pertenece, no sabrán que pueden vivir en él. Solo vivirán en el tiempo que aún no es. Y cuando sea, ellos habrán dejado de ser. Vivir en la angustia de lo que sabes que dejará de existir es malo para los hombres y para los dioses. Porque así pierdes la razón de ser y sin esta, dejas de existir.
Me preguntó a bocajarro:
— ¿Me ayudarás a salvarlos?
— ¿Cómo?
— Para salvarlos tenemos que matar a los hombres de gris quitándoles el tiempo robado.
Dije al principio que los dioses somos casi inmortales. Así que en ocasiones hemos de hacer por sobrevivir.