Mr Hyde y los días soleados de invierno
M.S.
M.S.
3/12/20256 min read
Hacia el final de la novela El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde, encontramos a Dr Jekyll sentado en un parque público, disfrutando de un día soleado. Dice en su testimonio:
“Era un hermoso y claro día de enero, húmedo bajo los pies donde se había derretido la escarcha, pero sin nubes en lo alto; y el Regent’s Park estaba impregnado de gorjeos invernales y dulces olores primaverales. Me senté al sol en un banco; el animal en mi interior lamía las chuletas de la memoria; el lado espiritual se mantenía adormecido, anticipando una penitencia posterior, pero incapaz todavía de moverse. Después de todo, reflexioné, yo era como mis vecinos; y entonces sonreí, comparándome con otros hombres, comparando mi activa buena voluntad con la perezosa crueldad de su negligencia. Y en el mismo momento en que ese pensamiento vanaglorioso se presentaba en mi mente, me sobrevino un escalofrío, una horrible náusea y el más mortal estremecimiento. La sensación, al pasar, me dejó débil; y después, cuando a su vez la debilidad disminuyó, comencé a ser consciente de un cambio en el temperamento de mis pensamientos, una mayor audacia, un desprecio del peligro, una disolución de las ligaduras de la obligación. Miré hacia el suelo; mis ropas colgaban fláccidas sobre mis encogidos miembros; la mano que yacía sobre mi rodilla estaba acordonada y era velluda. Volvía a ser Edward Hyde.
Tendremos ocasión de volver al gorjeo de los pájaros en los días soleados de invierno. Antes, permitidme unas pocas palabras sobre la historia de Stevenson. Tal y como ocurre con todos los grandes mitos, la trama principal de El extraño caso del Dr Jekyll & el señor Hyde es más o menos conocida por la mayoría de la gente, y eso incluye a quienes no han leído la novela ni han visto ninguna de sus adaptaciones cinematográficas. En resumen, el médico londinense Dr. Jekyll, atormentado y reprimido por las exigencias imposibles de respetabilidad impuestas por la sociedad victoriana, inventa una droga para separar los dos lados de su propia personalidad: por un lado, el prestigioso y respetado médico, y, por el otro, el despreciable y monstruoso señor Hyde. Durante un tiempo, Jekyll es capaz de controlar el experimento, y disfruta con insolente impunidad del placer de entregarse a sus instintos más bajos, la violencia y al vicio, bajo la apariencia del señor Hyde. Sin embargo, poco a poco, el monstruo comienza a dominar al médico. Finalmente, un desesperado Dr. Jekyll confiesa los detalles de su experimento y se quita la vida para prevenir que el señor Hyde usurpe completamente su cuerpo e identidad.
La novela de Stevenson constituye, entre otras cosas, un ataque evidente a la doble moral de la sociedad inglesa contemporánea. Stevenson eligió el terror gótico como vehículo para su crítica y en su relato, el espacio físico, imbuido de un profundo dualismo, desempeña un papel importante y simbólico, actuando como un espejo del estado mental o moral de los protagonistas. A diferencia de la respetable imagen pública, lo que ocurre en la esfera del hogar del Dr Jekyll es un misterio para el resto de los personajes, y Stevenson explota con gran efecto este contraste mediante la alternancia entre espacios interiores y exteriores. De hecho, la historia comienza con una referencia a una puerta cerrada —la de la casa del propio Dr. Jekyll. El espacio privado y secreto de su casa y su laboratorio, donde evidentemente han tenido lugar actos inconfesables, se contrapone así al espacio público de las calles y los parques de Londres. Los problemas empiezan cuando el monstruo, que debería haberse quedado en casa, sale a la calle. En última instancia, el horror del Dr. Jekyll se fundamenta en la vergonzosa posibilidad de que lo que ocurre en su mente, o en su casa, quede expuesto al escrutinio público.
Es tentador leer el trabajo de Stevenson como un reflejo de las ideas de Freud, quien en esta misma época postulaba que la construcción del yo era el resultado de presiones contrapuestas procedentes de las expectativas sociales, por un lado, y del mundo de los instintos, por el otro. A la luz de estas teorías, la novela puede leerse como una exploración de lo que podría ocurrir si, utilizando los términos de Freud, rompemos la tensión natural entre Ello [Das Id] —el mundo de los instintos— y el Superyó [Super Ego] —las expectativas sociales— que conforman nuestra identidad, o el Yo [Ego]. Si el Yo se ve liberado de la presión de ambas fuerzas, ¿podría seguir vivo, convirtiéndose en un ser libre, o quedaría destruido?
La respuesta de Stevenson a esta pregunta es la segunda alternativa. Dr. Jekyll, tal y como se conocía a sí mismo antes del experimento, tenía a su señor Hyde más o menos controlado, encerrado dentro de él debido a las presiones sociales de respetabilidad. Sin embargo, cuando ambos se encuentran separados, sólo hay lugar para uno de ellos. Stevenson nos pide que definamos qué tipo de relación deseamos mantener con nuestro propio lado oscuro —nuestra ‘sombra’, como más tarde lo llamaría Carl-Gustav Jung, el discípulo de Freud.
En estos momentos, 139 años después de la publicación de la novela, cuando el invierno se encamina poco a poco hacia su fin, el juego entre luces y sombras es más evidente que nunca, y sigue siendo tan sugerente e ilustrativo como en los tiempos de Stevenson. La trayectoria del sol, que lucha por despegarse de las colinas, hace que nuestras sombras sean más largas. Los oblicuos rayos revelan nuestras sombras en su máxima potencia, recordándonos, incluso en pleno día, que la oscuridad nunca está lejos, y que, por muchas capas de ropa que nos pongamos, no podemos esconder nuestro lado oscuro. De alguna manera, es como si nuestro interior oculto fuera revelado sin remedio. En esta época del año, incluso el paisaje lo manifiesta: las sombras son también más nítidas y visibles porque allá donde permanezcan todo el día, quedan adornadas con un manto blanquecino de escarcha.
En definitiva, los días soleados de invierno nos recuerdan que estamos unidos a nuestra sombra, nos guste o no, y cualquier intento de obviar este hecho sólo puede llevar al dolor y al sufrimiento, tal y como sucede en El extraño caso del Dr Jekyll y el señor Hyde. No en vano, los días soleados de invierno y los pájaros que gorjean en el Regent’s Park de Londres son más que un trasfondo para la recta final del doloroso experimento del Dr Jekyll. Las aves son unas etéreas presencias, visibles e invisibles a la vez. De día, sus siluetas se dejan ver como protuberancias oscuras que sobresalen de las desnudas ramas, pero están invisibles cuando más presentes están: hacia el final del invierno, al amanecer y al atardecer, cuando las brumas húmedas de la estación envuelven los árboles con su aliento opaco y las aves quedan escondidas de la vista, su canto llena el ambiente y penetra la oscuridad sin necesidad de manifestarse físicamente.
Stevenson lo sabía: el sol de invierno y el canto de los pájaros presagiando la primavera, no significa que nos estemos desprendiendo de nuestra sombra, que en invierno se ha hecho más evidente. En el relato, nos recuerdan que lo invisible puede volverse visible, y lo visible invisible, pero ambas partes de nuestra personalidad deben estar presentes en nuestras vidas. Esta recta final hacia el equinoccio de primavera es un momento especialmente propicio para sentarnos a hablar con el señor Hyde, saludarlo con cortesía e incluso cordialidad; invitarlo a ser parte de nuestro viaje, pero sin que estorbe demasiado. Stevenson lo sabía, Freud lo sabía, y por nuestra condición de masones, también nosotros deberíamos ser muy conscientes de ello. Tanto el dualismo como el equilibrio que apunta a una tercera derivada quedan evocados por la puesta en escena en el templo y por nuestros experimentos en este laboratorio, en el que tratamos de dar un buen uso de nuestras herramientas para evitar divisiones arbitrarias y dolorosas, y encontrar una armonía provechosa entre las distintas fuerzas que operan sobre nosotros y en nuestro interior.