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Orientados a nuestra mejor versión

E.A.

E.A.

2/15/20255 min read

ice formation on body of water during daytime
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Si algo he aprendido en mi trabajo como psicoterapeuta es que la demanda con la que los pacientes llegan a consulta suele importar poco. Normalmente, los temas verdaderamente centrales se ocultan en el fondo, como en un iceberg. A menudo, la demanda inicial acaba por diluirse, cediendo espacio a cuestiones más nucleares, situadas bajo la línea de flotación de lo consciente, en esa región profunda de la psique. En otros casos, la propia demanda es per se neurótica o emerge como una prolongación de la parte enferma. Sea como sea, la petición inicial o surespuesta rara vez constituyen el fundamento que sostiene el proceso terapéutico.

Creo que, en la masonería, podemos decir algo parecido. Lo esencial no reside en el motivo inicial por el cual llamamos a las puertas, sino en aquello que nos impulsa a retomar y perseverar en los trabajos con el paso del tiempo.

Cada respuesta es única a cada masón y su propia historia, sin embargo estimo que estas motivaciones pueden agruparse, de manera general en tres motivaciones sanas:

1. Crecimiento personal o Autoconocimiento

2. Sentido de fraternidad y comunidad

3. Compromiso con valores y servicio al bien común

Y tres motivaciones neuróticas:

1. Deseo de reconocimiento o prestigio

2. Deseo de poder o influencia

3. Necesidad de rigidez y de enfundarse en normas

Para ser precisos con esto, queridos hermanos, no os planteéis si pertenecéis a uno u otro grupo; pues dicha pregunta sería bastante estéril. En su lugar, cuestionémonos cuándo

actuamos de forma saludable y cuándo no. No hace falta recordar lo que el suelo de la logia nos enseña: a cada paso existe un cincuenta por ciento de probabilidades de pisemos sin querer en la sombra.

Para la Masonería, desde su propia lógica, la respuesta resulta evidente: continuamos aquí para trabajar fraternalmente en el perfeccionamiento intelectual y moral de la humanidad, y lo hacemos a través del trabajo con nuestra piedra bruta, es decir, con nosotros mismos.

Con semejante fin, elegimos, desde el momento de la Iniciación, orientarnos hacia la Luz. Esa es nuestra dirección: la Luz.

Como psicólogo humanista, nada de esto me resulta ajeno, y fue precisamente esa afinidad la que me llevó a llamar a las puertas del templo, buscando esa misma Luz.

Desde la psicología humanista (mi ecosistema materno), la orientación hacia la luz equivale a buscar nuestra mejor versión. A diferencia del psicoanálisis freudiano (enfocado en lo inconsciente) o del conductismo (centrado en el condicionamiento), la psicología humanista introdujo la “tendencia actualizante”: una fuerza innata que impulsa alindividuo a desarrollar todo su potencial. En esta visión, se reivindica la libertad, la responsabilidad y la capacidad de forjar el propio destino, y se prioriza no tanto escapar de la enfermedad, sino en desarrollar el potencial interno, es decir, “orientarse hacia la luz”.

Pero, en el contexto masónico, surge la pregunta: ¿Cuál es nuestra mejor versión dentro de la Masonería?

En Masonería, podríamos concebir nuestra mejor versión con una perspectiva de doble filo, como una espada que requiere ambos lados para mantener su firmeza:

El primer filo es nuestra mejor versión entendida como disposición, actitud y compromiso. Es decir, la decisión consciente de ofrecer lo mejor de nosotros y de asumir, en cada momento en Logia, la postura más madura,empática, inteligente y perfecta que podamos.

Y el segundo filo es nuestra mejor versión vista como un horizonte, un destino o un oriente. Ese templo perfecto hacia el que todas nuestras miradas convergen, independientemente de las piedras y materiales que cada masón utilice para erigirlo, y que otorga sentido a la presencia de todos aquí.

Dicho destino emana el aroma puro de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Un horizonte en la Verdad. Y un horizonte que por su naturaleza siempre escapará a nuestras manos, pero del que con suerte, la vida nos irátrayendo fragmentos a su debido tiempo. Acercarse a él requiere de tiempo, trabajo honesto y de la paciencia propia de la vida. Como dice el proverbio zen:

«Sentados en silencio, sin hacer nada, la hierba crece y la primavera llega».

Y en ese hacer nada, está implícito el no estorbar, bloquear o forzar dicho proceso natural.

Lo que sí está claramente en nuestras manos, como una decisión de voluntad, es actuar desde nuestra mejorversión: la otra de las dimensiones mencionadas. Y por ello, quisiera exponer algunas ideas que, en mi visión, esta actitud exige de nosotros en el ámbito masónico:

En primer lugar, sostener el conflicto y el debate de ideas. No solo debemos estar dispuestos a permitir que las piedras de nuestra construcción se pongan a prueba mediante el choque de martillos y cinceles (propios y ajenos)sino buscar activamente ese choque con pasión.

Esto quiere decir (como propone Nassin Taleb) abrazar la antifragilidad.

Donde un profano sólo vería la amenaza de la demolición de su sistema de creencias, un masón comprometido ha de ver la oportunidad de esculpir una mejor forma. De cada sacudida extraer una lección de adaptación; de cada fractura superficial, un motivo para profundizar en la labor constructiva.

Por otro lado, y en forma de contrapeso a la búsqueda antifragil del debate de ideas, necesitamos poner en juego nuestra mayor cantidad de tolerancia. Y con tolerancia no estoy hablando de la común “tolerancia de mierda” (comola acuña David Cerdá), esa la falsa tolerancia de que nadie se meta en nada, junto al universal derecho a sentirse ofendido y exigir silencio a quien nos interpela.

La tolerancia tampoco es algo así como una especie de indulgencia perezosa, sino una herramienta esencial en elconocimiento del otro y de uno mismo. Aunque su concepto sea sencillo, en la práctica puede resultar difícil. La tolerancia ha de dirigirse siempre hacia las personas, pero nunca hacia las ideas. A las ideas, martillo y cincel, porque no somos nuestras ideas.

A su vez, Nuestra mejor versión —y aquí añado mayor la contribución psicoterapéutica— exige un manejo impecable del mundo emocional. Intuyo que la capacidad de trabajo de una logia está limitada por el grado de madurez emocional de sus miembros, pues no podemos separar de manera absoluta la cognición o la moralidad de la emoción. En palabras de Martha Nussbaum:

«En lugar de concebir la moralidad como un sistema de principios que el intelecto imparcial ha de captar y las emociones como motivaciones que apoyan o bien socavan nuestra elección de actuar según esos principios, tendremos que considerar las emociones como parte esencial del sistema de razonamiento ético».

Dicho esto, el espacio sagrado masónico nunca debería convertirse en un espacio terapéutico. No es el lugar para sanar las heridas emocionales, tal vez sí para reconocerlas, pero corresponde al tiempo profano o a otros ámbitos sagrados de distinta naturaleza hacerse cargo de ellas. De lo contrario, corremos el riesgo de comerciar con nuestras propias heridas, manipular el dolor o apuntalar el victimismo como justificación de determinadas posiciones o ideas, algo que, en ocasiones, efectivamente ha sucedido.

Y, por último, nuestra mejor versión como actitud, ha de ser capaz de emprender incursiones valientes y conscientesen el caos, en la sombra personal y cultural. Dentro de la logia contamos con una estructura lo bastante sólida para mantener el rumbo y la dirección en territorios brumosos, pero también lo bastante abierta y flexible como para permitir la interacción con dosis manejables de caos.

Nos corresponde la tarea de aportar la valentía necesaria para afrontar una empresa tan arriesgada, especialmentepara el ego, siempre expuesto a descubrir sus propias costuras, contradicciones internas o incluso enfrentar una renovación total, que es vivida como su propia muerte.

Finalmente estamos llamados a dar nuestra mejor versión no solo por aspiración sino también por deber, ya que en la medida en que no actuamos desde (u orientados hacia) nuestra mejor versión, terminamos castigando al mundo de forma egoísta al privarlo del fruto único de nuestra historia, de nuestras capacidades, comprensiones yexperiencia vital.

El método masónico lo tenemos, por herencia, legado y reclamo. Ahora es nuestro trabajo hacer el resto y estar a la altura del don concedido.