Qué es para mí la Masonería
F.L.L.
F.L.L.
11/18/20244 min read
Entiendo la Masonería como una actividad, un proceso dinámico de confrontación, de praxis y de aprendizaje. No hablamos de "masonismo", pues la Masonería no es una doctrina cerrada ni un sistema de creencias inamovible, sino una práctica convivencial y hermenéutica en la que la realidad se revela y toma forma a través de la confrontación de distintas visiones del mundo. Sin embargo, si nos limitáramos a esta confrontación de ideas, a una suerte de debate filosófico, la Masonería correría el riesgo de convertirse en un mero divertimento intelectual, algo que Nietzsche podría haber llamado un simple "juego de sombras".
Y es que la verdadera esencia de la Masonería exige algo más profundo: el reconocimiento del otro como un igual. En este ejercicio de alteridad, tal como lo planteaba Martin Heidegger, nos enfrentamos a la otredad de manera auténtica, reconociendo que el otro no es simplemente una extensión de nuestro propio pensamiento o una confirmación de nuestras creencias, sino un individuo genuino y completo. Este acto de reconocer al otro como un igual implica también confrontarnos a nosotros mismos, observar nuestra propia sombra - como lo diría Carl Jung - aquellas facetas de nuestra personalidad que suelen permanecer ocultas o reprimidas.
La sombra, para Jung, es ese aspecto del inconsciente que contiene nuestras partes más oscuras, limitantes y, a menudo, temidas. En la Logia, la práctica masónica se convierte en un método para enfrentarnos a esta sombra sin temor, pues, como decía Nietzsche, “aquel que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.” La Masonería nos da ese "porqué", una razón de automejora y de superación que justifica el enfrentamiento con nuestras propias sombras, en un proceso de aceptación y transformación. Si el reconocimiento del otro es auténtico y si el ejercicio de alteridad se realiza con buena fe y honestidad intelectual, entonces la Masonería se convierte en un auténtico camino de autoconocimiento.
Pero si esta autenticidad se quiebra, ya no hay Masonería. Lo que quedaría, como bien he expresado, sería un “masonismo”, una exaltación del ego y un ritual vacío, donde el verdadero sentido de la fraternidad y la humildad quedan desvirtuados. En este contexto, es fácil caer en lo que Jung denominaba la "inflación del ego", un proceso en el que el individuo pierde la perspectiva y deja que su sombra y su narcisismo tomen el control, transformando el espacio masónico en un lugar de vanidad y autoexaltación.
Por ello, creo que el masón debe reconocer en cada hermano y en cada candidato el derecho a iniciar su propio camino. La pretensión de hacer de la Logia un club de individuos afines ideológica y personalmente no solo contradice los principios del librepensamiento, sino que también limita la verdadera riqueza de la Masonería, que reside precisamente en la diversidad de pensamiento y en el intercambio de experiencias. Heidegger, en su reflexión sobre el "Ser", nos invita a vivir en lo que él llama el "ser-en-el-mundo", una apertura existencial que se encuentra en la interacción genuina y libre con los otros. En la Masonería, este "ser-en-el-mundo" nos invita a un encuentro auténtico, no condicionado por ideologías ni agendas personales.
Entre los hermanos aquí presentes, he encontrado ese espacio de libertad donde puedo ser yo mismo y seguir aprendiendo. En este ambiente, todos los que deseen avanzar de corazón, sin importar sus opiniones, serán bienvenidos. Creo que, de esta manera, estamos construyendo el verdadero bastión del librepensamiento masónico en estos valles, un espacio donde el conocimiento, la autenticidad y la apertura se convierten en valores inquebrantables.
Además, veo en la Masonería un método iniciático y dialógico que nos invita a explorar algunos de los temas más trascendentales: la finitud, la belleza, el amor y la compasión. Al igual que el concepto de "individuación" en Jung, el camino masónico nos lleva a integrar todas las facetas de nuestra existencia, reconociendo que somos seres finitos y limitados, pero también capaces de trascender a través de la hermandad y la autocomprensión. Nos permite enfrentar nuestra condición humana, en toda su grandeza y vulnerabilidad, con el mismo temple con el que Nietzsche nos invita a enfrentar el dolor y el sufrimiento como parte intrínseca de la vida, y a transmutarlo en aprendizaje y crecimiento.
En este contexto, la belleza, el amor y la compasión dejan de ser conceptos abstractos y se transforman en prácticas diarias. La Masonería nos permite aproximarnos a estos valores desde una ética que busca siempre la verdad y la integridad, dejando de lado los juicios moralistas y la pretensión de superioridad. Heidegger nos recuerda que el Ser es un misterio que solo se desvela en la medida en que estamos dispuestos a indagar en nuestra propia existencia y en el valor del otro; y, en este sentido, la Masonería nos permite redescubrirnos y profundizar en este misterio de manera honesta y comprometida.
De esta manera, la Masonería se convierte en uno de los pocos espacios que realmente nos permite adentrarnos en la complejidad del ser humano, en un entorno donde cada símbolo y cada ritual nos devuelve al "ser" que somos, tal como lo expresó Heidegger, y nos impulsa a trabajar en nuestra propia sombra, en la integración y en la autenticidad. Aquí encontramos la posibilidad de experimentar la vida en toda su profundidad y riqueza, de tal manera que cada paso en la Logia se convierta en un acto de autoconocimiento, de humildad y de amor.
Que así sea.